Por Lola Fernández Burgos
En los mismos ríos entramos y no entramos, (pues) somos y no somos (los mismos).
Heráclito de Éfeso
Llega el otoño con su cálida belleza mutante, y la frivolidad estival se torna emoción. No puedo encontrar una estación en la que nos hallemos más expectantes, pues se diría que los días se suceden jugando a ver cómo sorprendernos, que a estas alturas de vida, con tantos ciclos habiendo pasado por nuestras edades, parecería casi imposible. Pero no, el otoño es el tiempo de la renovación por excelencia, y para renovarse hay que cambiar, pues sería vano intento pretender hacerlo tirando de lastres caducos, que sólo son pesos muertos. Hay que vestirse de personas nuevas, y para ello nada mejor que desnudarse de todo lo viejo, a todos los niveles y en todos los sentidos. Y hablando de sentidos, ay, el otoño es un alucinante carrusel de deslumbrantes estímulos, y séame permitida la exageración, más allá de por ser andaluza, por sentirme viva y enamorada de la vida y de una naturaleza imposible de describir cuando llegan estos meses. Lo han intentado los hombres y las mujeres poetas; también, los amantes del pensamiento y de profundizar en busca de respuestas ante las incógnitas vitales; cualquier ser humano con un mínimo de sensibilidad ha sentido que el latido otoñal es absolutamente especial, todo un tránsito hacia los meses más duros. Así que vivamos el otoño deleitándonos en él, que ya llegará el invierno con su castigo de días menguantes hasta lo insoportable.
Y en medio de tal vorágine de la Naturaleza, el hastío de la actualidad, viviendo un mortecino tiempo de aburrimiento fatídico y funesto; pues es una grandísima pena, pero soportamos malos tiempos para la libertad. Puede que antes, en España, hubiéramos atravesado por etapas semejantes en los aspectos negativos que tiñen la realidad nuestra de cada día… pero estoy segura de que nunca como hoy hemos sido tan conscientes de la falta de ilusión; o, directamente, de la sensación de desengaño, o de engaño, o de estafa social como en estos momentos. Hay como una capa de falso brillo que matiza los acontecimientos; como queriéndonos vender alegría donde sólo hay una profunda tristeza. Estamos atravesando momentos que jamás imaginé tan feos y desagradables, de soterrados odios, de enfrentamientos casi imposible de enmascarar. No sé si alguien estará contento, pero el descontento es tan general, que es poco menos que unánime. Hablas con la gente y se encuentra como esperando no se sabe qué, pero sin ilusión; como dándose por vencida en una lucha en la que nunca entró, pero en la que está, y además derrotada. La verdad es que pocas veces viví peores tiempos para las ganas de conseguir logros a partir del trabajo personal. Como si se tuviera la sensación de que el esfuerzo no merece la pena, porque no va a llevar a los objetivos que persigue. Un tiempo de brazos caídos, de saber que hay demasiadas trampas para las personas honradas, cuando la senda para los deshonestos es un camino de rosas, y además sin espinas. No sé, tal vez lo mejor será entender el momento como se vive la estación otoñal, un tiempo para la mudanza y la metamorfosis más profunda, y aprovecharlo para renovarnos en las cosas positivas que se quedaron atrás. No todo lo que vamos abandonando es siempre una pérdida; a veces ocurre todo lo contrario, y al final resulta que el balance es positivo y lo que creíamos que se malograba, no era sino una oportunidad para encontrar lo verdaderamente importante.