Por Lola Fernández Burgos
Que la libertad de expresión es un derecho fundamental a proteger por el Estado está muy claro desde su inclusión en 1948 en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Como tal es considerada por nuestra Constitución, y sólo parecen ignorar tal esencia los gobernantes que posibilitaron la conocida como Ley Mordaza, que es un atentado claramente anticonstitucional contra las libertades públicas. Pero a pesar de semejantes atropellos institucionales, que espero cesen mejor antes que después, cuando la gente quiere algo y es consciente de que le pertenece y se lo han robado o están en pleno atraco, sale a la calle y esta se llena de aires de fiesta. Es la celebración de la democracia y la libertad, más allá de impuestas mordazas que no podrán jamás acallar la voz de un pueblo que se sabe con la razón y, sobre todo, con sus derechos. Hay que ser muy inepto para creer que a base de normas y censura se pueden restringir las múltiples expresiones de la libertad. Quien crea que puede dirigir las fuerzas y cuerpos de seguridad contra la ciudadanía, en vez de para protegerla, es que no tiene ni idea de lo que significa eso de que es imposible ponerle puertas al campo. No se puede limitar por mucho tiempo lo que no admite límites, más allá del obligado respeto mutuo. Es aquello tan manido que repetíamos en la adolescencia de que tu libertad empieza donde acaba la mía, queriendo recordar que nuestros derechos se pueden ejercer siempre y cuando no vulneren los de los demás. Pero más allá de esto, imposible frenar los derechos fundamentales y las libertades públicas.
La gente sale a la calle y no valen mordazas, como por ejemplo hoy hay muchos miles y miles de personas en Sevilla capital acudiendo a la convocatoria de mi admirado Jesús Candel, Spiriman, para reivindicar una sanidad pública andaluza digna y justa; algo que obviamente nos pertenece a todos y todas, y deberíamos disfrutarla sin necesidad de reivindicarla. Pero hete aquí que no es el caso, que cada vez tenemos un sistema sanitario más deficiente y lleno de carencias, que no sólo empobrecen la calidad de la asistencia en lo relativo a la salud, sino que provocan muchas muertes claramente evitables. Hay cosas con las que no se debería de jugar, y la vida y la salud están entre ellas sin ningún tipo de duda. Y ello, sin admitirse privatizaciones, recortes, corrupción, y una serie de prácticas claramente inaceptables si queremos gozar de una sanidad pública sana, permítaseme la redundancia. Que es preciso acabar con la libre designación de ciertos cargos y potenciar la competencia profesional; dejarse de fusiones y demás ideas descabelladas que redundan en el menoscabo de nuestros derechos en cuanto a asistencia y prestaciones; y, en definitiva, acabar con los enchufes y la politización de la sanidad pública… tanto en Andalucía como en toda España. Así que hoy hay aires de fiesta en la capital oficial andaluza, pero trascienden los límites sevillanos, porque se está luchando por los derechos de todas las mujeres y los hombres andaluces, y, a la vez, por todos los de la sufrida ciudadanía de nuestro país. Ciudadanía que es más que evidente que posee una categoría y calidad humana de las que, por desgracia, carecen muchos de los gobernantes que nos han caído en (mala) suerte. Espero y deseo que la fiesta sea general muy pronto, y que podamos decir que, en cuanto a nuestro sistema sanitario, al menos en él en este caso, somos afortunados y nadie nos va a seguir robando los privilegios que nos corresponden.