Por Lola Fernández Burgos
No sé en qué cerebro ha ocurrido la transformación fatal que ha llevado a sustituir las neuronas por ladrillos, pero alguien debe de haber dado el visto bueno a gastarse una cantidad desorbitada de dinero en estropear una rotonda y sustituir el verde por construcción, así a secas. Me han hablado de una inversión suficiente como para comprar una vivienda, y mira que hace falta ese dinero, y no precisamente para ocupar tanto material y trabajadores en una tarea que se me aparece cuando menos como sin pies ni cabeza, aunque parece ser que al final tendrá muchas columnas. Y yo que pensaba que las rotondas son pequeños pulmones para contrarrestar la contaminación del dióxido de carbono de los muchos coches que las rodean; espacios en los que desplegar la imaginación para crear jardines y rincones de belleza. Pero ay, resulta que no, que ahora todo es posible, y que se puede uno dedicar a cimentar y pasarse meses construyendo un monumento a lo absurdo, y, para más inri, escorado; que es que parece que nada está centrado en proyecto semejante. Así que pasan los días y las semanas, que hacen meses, y estamos con una obra pía que se alarga como si no quisiera concluirse. Y una ve con asombro cómo desaparece la naturaleza del espacio y va surgiendo lo artificial y feo, que no se sabe si es un mausoleo, o un altar o un edificio para dar cobijo a alguien sin techo. Ya digo, como si quisiera escapar, en vez de estar centrado en la rotonda, ya rara de por sí antes de semejante transformación, (que una nunca ha sabido si es círculo, elipse o una conjunción de ambos), se ha hecho en un extremo, que parece que quisiera irse Avenida de Murcia para abajo; acompañando a quienes andan hasta el Hospital y vuelven a subir, ya con semejante engendro urbanístico como referencia. Y lo peor es que donde antes teníamos la visión del Cerro Jabalcón elevándose ante nuestros ojos, ofreciéndonos un precioso paisaje, ahora sólo hay cemento y losas y después veremos en qué queda todo, que a mí me parece que será fealdad sin más, pero igual me sorprende el resultado final y me quedo maravillada ante semejante obra. No confío mucho en ello, pero es lo que me gustaría, porque no puedo entender que se hagan tan mal las cosas de nuestra ciudad.
Con lo sencillos, bonitos y muchísimo más baratos, dónde va a parar, que son la hierba, los árboles, las flores y, si se quiere piedras, pues rocas diseminadas aquí y allá… Cualquier cosa antes que ladrillos, losas, hierro, cemento, altura opaca que elimina el paisaje del horizonte que pasa a usurpar. Cualquier cosa, repito, sería más adecuada y conforme con el uso de las rotondas, que, se viaje a donde se viaje, se ven auténticas maravillas: simples, baratas y con buen gusto. ¿Eso es tan difícil de conjugar en esta Baza nuestra? Desde luego hace falta imaginación y exquisitez; y para ello son necesarias las neuronas y el amor a nuestra ciudad, no ladrillos mentales, ni barro en vez de sangre. Espero que no se contagie tan mal proyecto y una vez levantado no sea el modelo a seguir en las rotondas bastetanas, porque si ya brillan muchas por la estupidez en su diseño, no quiero ni imaginar que ahora se pretendan ocupar con construcciones carísimas y sin sentido, al menos sin sentido funcional y estético; porque seguramente alguien conocerá la razón de ser de tal desastre urbano…