Por Lola Fernández Burgos
Poco a poco se van yendo los fríos del largo e intenso invierno. Esta vez se equivocaron quienes lo pronosticaron cálido, porque no sólo no lo ha sido, sino que además está remoloneando antes de irse, haciendo que el inicio de la primavera sea más desapacible de lo normal. Sin embargo, las flores no esperan para regalarnos su alegría de olores y colores, adornando ciudades y campos, parques y jardines. Las plantas son un regalo de los dioses, de eso no tengo ninguna duda, y contribuir con mis tareas de jardinera a que salgan adelante año tras año, me proporciona la sensación de ser importante; porque la importancia, una vez más, está casi siempre en las pequeñas cosas. Sólo quienes dedicamos horas a la jardinería sabemos de las satisfacciones, y los sinsabores igualmente, que la Naturaleza nos regala en compensación a nuestra dedicación. Y ahora es un tiempo para disfrutar los milagros de los cultivos, más allá de los límites del jardín, expandiéndose hasta las mismas faldas de las montañas, si no ascendiendo hasta sus alturas. Es hora de pasear por las calles de la ciudad bajo la sombra florida de la arboleda; de deleitarse caminando por cualquier parque, gozando de los placeres más puros, esos que se dan generosamente y que es imposible comprarlos, por lo que están al alcance de cualquiera que sepa regocijarse con ellos.
El frío se va, y, sin apenas transición primaveral, pronto estaremos inmersos en temperaturas de fuego; así que en estos pocos días de simbólico puente, seamos capaces de tener la plena conciencia de ellos, porque se irán para siempre, no lo duden, y aunque volverán otros semejantes, nunca serán los mismos. Es lo que tiene la vida, que por desgracia nos acordamos de cosas y gente cuando ya no están, ni estarán jamás. Hay en algunas personas todo un difícil y costoso proceso de aprendizaje para llegar a comprender lo que no significa ni significará nunca nada para otras, es así la relatividad de nuestras existencias.
Así que no olviden detenerse en la belleza de pimpollos y capullos, aunque tengan la certeza de que después de ellos han de llegar las rosas u otras preciosas flores, porque nunca se puede tener la seguridad de que el trayecto no se vea interrumpido. Lo único que conocemos es el ahora, y del después no podemos hacer conjeturas sin que quepa equivocarse; así que menos moverse entre presunciones y supuestos, cábalas y corazonadas, y más atención al aquí y ahora, que es la única infalible evidencia. Y en medio de tales conceptos, la misma vida latiendo segundo a segundo, como el corazón de la Tierra. Imposible escapar de la magia y la fascinación de estar vivos, a pesar de todo lo que en un momento dado ensombrece el curso de los días, que está ahí, a qué negarlo, y que hace que millones de personas no puedan sentir dicha alguna, pero que no tiene por qué tener el poder de romper el hechizo de la existencia. Vivamos, sintamos la felicidad de hacerlo, con plena conciencia de ello, sin dejar que se nos escape disfrutar de todo lo que hace de la vida algo sublime y agradable; no vaya a ser que después ya sea tarde y no estemos capacitados, por una u otra causa, para hacerlo. Y para empezar, ahora que estrenamos un abril radiante, no es mala idea dejarnos envolver por la alegría de las flores, que son pura poesía de la Naturaleza, con sus pétalos, olores y colores, a modo de versos, rimas y estructuras poéticas.