Por Lola Fernández Burgos
El 8 de marzo es el día de la mujer trabajadora; es decir, de la mujer, porque a ver si hay muchas mujeres que no trabajen. Y lo hacen en su casa, sin apenas contribución de ellos, que para colmo piensan que basta con ayudar, como si el trabajo en el hogar fuera cosa de ellas; y lo hacen también fuera, con la triste e inaceptable realidad de que sus tareas se pagan menos que las mismas realizadas por los hombres. Así, la brecha salarial sigue siendo el principal motivo para tener que celebrar este día, más allá del 1º de mayo, día de los trabajadores en general. Ya hay países, como Islandia, que han atajado por ley esta diferencia de salarios por el mismo trabajo en función del sexo de quien lo lleva a cabo; claro que hablamos de culturas civilizadas que saben solucionar los problemas, no de lugares como nuestro país, que cada vez va peor en cuanto a derechos. Y no es, por desgracia, una opinión, basta comprobar cómo por letras de canciones te mandan directamente a la cárcel, olvidando eso que se llama libertad de expresión, mientras que por robarle a la ciudadanía el presente y el futuro, no hay responsabilidad alguna con la que apencar. En fin, es una pena, pero mientras el desarrollo ocurre en otros lugares, aquí vamos hacia atrás como cangrejos.
Este año, además, resulta que hay convocada una huelga feminista legal para este día, buscando evidenciar que si la mujer para, se paraliza el país. Pues aunque en esta España nuestra se conjugue con naturalidad el patriarcado más obsoleto y no se ataje la violencia machista que asesina mujeres con la asquerosa frecuencia que todos y todas conocemos, lo cierto es que la sociedad funciona gracias a las mujeres, que son las que a pesar de las inaceptables desigualdades soportan el peso en sectores y aspectos sin los cuales nada podría avanzar. Y es por eso que en esta ocasión no se pide a los hombres que secunden dicha huelga, pues eso podría minimizar e invisibilizar los efectos de su convocatoria; aunque cada hombre podría echar una mano allí donde se quede el vacío de una mujer en lucha por sus derechos de igualdad. Porque lo más increíble es que a estas alturas de Historia estemos las mujeres aún reivindicando que tenemos los mismos derechos que los hombres. No más, pero tampoco menos, los mismos… ¿es eso tan difícil de comprender y permitir que sea una realidad? Parece ser que es no ya difícil, sino para muchos hasta imposible de comprender y de permitir. Y entre esos muchos, las peores son las mujeres que van en contra de sus propios derechos, excusándose con peregrinos razonamientos que evidencian cerebros de mosquito y control machista a partes iguales.
Así pues, lo que se ha de conseguir este 8 de marzo es reconvertir un femenino singular, de mujeres solas sin nadie que comprenda que no es admisible desde ningún punto de vista una discriminación negativa que lleva siglos imponiendo su ley machista, en un feminista plural, de mujeres con todo el apoyo social e institucional para conseguir erradicar definitivamente un problema que las ningunea y las considera personas de segunda, cuando la verdad es que sin ellas, sin nosotras, el mundo se acabaría más pronto que tarde, pues empezando por el detalle de que somos quienes damos la vida a los nuevos seres, las dificultades cotidianas, esas que parecen sencillas pero que cuando faltamos se convierten en un mundo para ellos, son salvadas sin que apenas se note día a día, logrando con ello que todo el sistema funcione y lo haga correctamente. Así que si secundamos las mujeres esta huelga tan necesaria, y lo hacemos a nivel laboral, estudiantil, de cuidados y de consumo, no tenga nadie la mínima duda de que nada podrá difuminar la esencial importancia de nuestra diaria contribución, ante lo que se nos paga con precariedad y desigualdad. Será tanto como permitir que salga el sol y amanezca una realidad igualitaria en la que se valore a las personas sin tener en cuenta el género. Así sea.