Por Lola Fernández Burgos
Como tengo la buena costumbre de reciclar basuras, bajo con papel y cartón y me encuentro, como me sucede habitualmente en los últimos tiempos, el contenedor lleno hasta la bandera de escombros de alguna obra, desechos de frutas y verduras en sus cajas, y todo lo imaginable que nada tiene que ver con el material para el que ese contenedor está puesto. No es cosa de los vecinos, pues todos sufrimos las negativas consecuencias de estas prácticas incívicas y gamberras, sino de gente que va de paso y aparca el coche un momento para deshacerse de sus basuras echándolas donde más molesten. Y pienso en lo cansinos que son los responsables de mantener la ciudad limpia con los horarios de verano, por aquello de lo malos olores. Es verdad, la peste es un asco, pero también asquea que la gentuza no sepa convivir y haga las cosas tan mal, y no comprendo que no se tomen medidas al respecto. Supongo que cuando los camiones vienen a recoger los contenedores de basura reciclada notarán que no se recicla bien, pero no veo que nadie ponga en marcha un programa de educación en el respeto al medio ambiente y a las personas. Parece como si a nadie le importara que a veces tenemos que volvernos a nuestra casita sin poder tirar correctamente nuestras basuras, sólo porque algunos las tiran mal y no pasa absolutamente nada.
Es lo que yo llamo gamberradas de adultos, que son mucho más frecuentes de lo deseable, y que para mí no tienen la excusa que sí se da en los más jóvenes, pues estos están en edad de formación y han de madurar y aprender correctamente las reglas sociales; pero los mayores, ay, los mayores ya saben perfectamente cuándo molestan con sus desagradables acciones. A ver quién no tiene un vecino que se sube fumando en el ascensor o con la basura orgánica poniéndolo todo perdido, o el que se cree más educado porque antes de entrar en el portal tira los cigarrillos o los puros al suelo y al pasar los días convierte la entrada del edificio en un gran cenicero al aire libre. O quién no soporta los ladridos durante horas y horas de pobres perros abandonados en el hogar de quien se llama amante de los animales y no tiene reparo alguno en maltratarlos con su abandono, de paso que molesta a los demás. Como esa gente que ignora por completo las señales que son por todos conocidas, y no duda en aparcar delante de una cochera o dejar el coche en calles peatonales, o la que invariablemente deja las puertas de los portales abiertas por más que se indique que las mantengan cerradas, etcétera.
Es verdad que a veces es mucho más cómodo hacer las cosas mal que seguir las normas sociales que redundan en una satisfactoria convivencia, pero también es cierto que hay una cosa que se llama educación y otra que es el respeto al resto de la humanidad, porque ni vivimos solos ni en medio de solitarios páramos sin rastro humano. Somos personas civilizadas, eso me considero yo desde luego, y como tales deberíamos comportarnos, sin importar si para ello hay que realizar algún pequeño sacrificio en pos del bienestar general. Porque si no sabemos vivir en grupo, mejor vivir solos, donde nadie moleste y donde no molestar. Pero gamberradas las mínimas, porque si feas quedan en los jóvenes, en las personas hechas y derechas son una incongruencia total, a no ser que hablemos de personas deshechas y torcidas, gamberros adultos que además son tan cobardes que para sus actos siempre se esconden, olvidando que tras ellos queda un rastro de su no saber vivir en sociedad.