Por Lola Fernández Burgos
Como enamorada de las comarcas de Baza y de Huéscar, aunadas por la denominación Altiplano de Granada, siempre que tengo oportunidad me muevo por sus maravillas de la Naturaleza, con una variedad paisajística y unos contrastes climáticos que dan a esta tierra un carácter único. Las sierras de Baza, Castril, la Sagra y Orce son elevaciones que protegen las llanuras en las que unos pintorescos pueblos surgen diseminados entre embalses como los del Negratín, San Clemente y El Portillo. Hoy se encuentran todos ellos muy escasos de caudal, por desgracia, pero, si las lluvias nos acompañan, pronto volverán a lucir sus inconfundibles y diferentes colores con los niveles recuperados. Las posibilidades de disfrutar de distintas rutas, a cuál más bella, son casi infinitas, pues estamos hablando de dos comarcas que comprenden, entre ambas, nada menos que catorce municipios, cada uno con sus propias características y unos innegables atractivos para quienes amen la historia, la cultura y sus múltiples expresiones. Mientras hay quienes sueñan con escapar a la capital y dejar atrás estas tierras, yo no dejo de sentirme privilegiada por poder disfrutar de ellas, con tan sólo recorrer un puñado de kilómetros, teniendo para mí el espectáculo nunca repetido de una hermosura sin igual. Eso, sin detenerme a hablar de los incomparables cielos que nos coronan. En cuanto hace buen tiempo, y este otoño es generoso en él, cojo el coche y elijo un destino que aunque sea repetido, nunca será igual, eso está garantizado, y lucirá nuevo según la estación, la temperatura y la luz. Porque qué decir de la luz que tenemos la suerte de tener para recrearnos en ella, cuando los amantes de la fotografía, y aquí abundan, podrían escribir todo un tratado…
Y en esta ocasión quiero hablarles de mi último paseo por nuestra altiplanicie, un modo como otro cualquiera de referirnos a estas preciosas comarcas en las que vivimos. Eligiendo el trayecto Baza-Benamaurel-Castillejar-Huéscar, me llego hasta ésta, entre un paisaje incomparable que siempre me recuerda una salvaje estepa africana en la que imagino vivos animales de especies ya extinguidas, pero que antaño campaban libremente por aquí. Y en Huéscar, no se puede pasar por alto la oportunidad de degustar su rica gastronomía tradicional: como sugerencia para la época en la que estamos, una lata de cordero segureño, con unos níscalos que traigan a nuestra boca el sabor de la tierra otoñal, regado todo con un buen vino tinto. Si añaden algún postre casero, con el sabor de siglos de tradición, después de un café estarán listos para continuar. Sin apenas detenernos, como no sea para admirar los colores de la arboleda en el parque, enfilar el camino al embalse de San Clemente es siempre un motivo de alegría, por el incomparable marco natural que dibuja la Sagra siempre acompañándonos, tan presumida, para que la admiremos, y siempre, también, mirándonos. Si no nos dejamos desalentar por la poquita agua que vemos a la altura de la presa, seguimos sin detenernos, con prisas por llegarnos hasta la piscifactoría de Las Fuentes, un lugar de ensueño, en la falda de la Sierra Seca, muy cerquita de las Fuentes del Guardal, que abarcan un grupo de manantiales que abastecen la piscifactoria de truchas. Junto a las piscinas de cría de truchas arco iris de distintos tamaños, podemos pasear por dos maravillosos estanques en cuyas aguas se miran jóvenes secuoyas que han sido plantadas por semillas de los centenarios ejemplares de La Losa, finca cercana de la que les hablé otras veces. Si les gusta la pesca, allí podrán llevar sus cañas o alquilarlas, con la condición de que las truchas que piquen no serán devueltas a las aguas. Y si aman los árboles, en el camino podrán deleitarse con los nogales, los pinos, las encinas, los olmos y álamos, los fresnos, los sauces, los cipreses… y las citadas secuoyas, siempre espectaculares, con independencia de su edad. Después, sólo les restará el camino de vuelta a casa, preferentemente por un trayecto distinto, con el cielo del atardecer pleno de colores, el perfil de los badlands en la falda de las montañas más altas, el espíritu tranquilo y feliz, y los sentidos embriagados por tanta belleza.