Por Lola Fernández Burgos
Cuando uno no quiere, dos no pelean; pero tampoco aman, o hablan u olvidan. Si se trata de sentimientos compartidos, está claro que se necesita a quienes los compartan, del mismo modo que no existirá diálogo cuando sólo haya monólogo. Imposible entenderse si ante los que gritan, se opta por gritar más fuerte. Absurdo exigir que alguien cumpla la ley, saltándosela a la torera para pretender lograrlo. Nunca será de recibo ampararse en una presunta legalidad, si se esconde en la masa para exigir la ley del talión, que es el santo y seña del primitivismo y de la ausencia de unas normas que permitan una pacífica convivencia entre desiguales. Porque entenderse los iguales no tiene mayor mérito, pero, ay, que haya concordia entre los diferentes, ese sí que es un logro que implica civismo y evolución. Que de nada sirve haber dejado de ser mono, si uno sigue comportándose como tal, y aún peor. Nunca me harán preferir una bandera antes que a un pueblo, ni un pensamiento único frente a la enriquecedora diversidad, no ya al pensar, sino en todos los ámbitos. Si alguien hace las cosas mal, eso no nos da derecho a hacerlas peor, sino a tratar de enmendar lo mal hecho; y eso pasa irremediablemente por contar con todos y no pretender acabar con nadie.
Estamos en unos tiempos revueltos de microfascismos, de fascismos cotidianos de andar por casa, como quien se levanta y se pasa el día con la bata de boatiné. Ya no se persiguen judíos, pero se boicotean productos en función de su origen, por poner un ejemplo, olvidando que los trabajadores y familias que viven de ellos son tan víctimas de los malos políticos como todos. Con el tema Catalunya, por poner otro ejemplo, se tapan gravísimos problemas de corrupción y falta de democracia, pero nada como enardecer a quien no precisa demasiado para exaltarse; y como enarbolar la unidad de España cual señuelo, para que (casi) todos a una olviden que España no se rompe tan fácilmente, como no se rompió la familia cuando se permitió a los homosexuales contraer matrimonio por una sencilla cuestión de igualdad de derechos… Ya no se habla de quienes mueren huyendo de las guerras, de quienes buscan refugio y sólo encuentran cárceles llamadas centros de acogida, de la intolerable vulneración de la división de poderes que podemos ver, si sabemos, a diario. Claro que tampoco es difícil mantener engañados a quienes prefieren tranquilizadoras mentiras a incómodas verdades, sobre todo con una prensa que más que cuarto poder es un simple abuso de poder, al servicio de su amo. Vivimos una época de gente que se vende, y además muy barato; y que sólo se esfuerza en que todo siga igual, aunque sea igual de mal, que ya se sabe, se dirán, que más vale malo conocido, que bueno por conocer.
Y en estas estamos cuando, si no dices amén, si no te integras en la masa, si no te envuelves en su bandera, si te niegas a perseguir a nadie, sea quien sea, si rechazas una voz que no es la tuya o una idea que ya elaboraron por ti, enseguida te tachan de radical, con una pretendida intención de insultarte, ignorando por completo que ser radical es ir a la raíz de las cosas y no quedarse en la superficialidad, y menos la que te es dada. Porque si hay algo insultante para la misma inteligencia es precisamente quedarse en las meras apariencias y no profundizar en la razón de ser de los hechos y de las conductas. Así que, aun comprendiendo que para alguien sea difícil, si no es mucho pedir, no sería nada malo un poquito de más nivel.