Autor: Juan Antonio Díaz Sánchez (Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino)
La España vaciada es un término que, en los últimos meses, se ha puesto de moda en los medios de comunicación, incluso ha llegado a ser tendencia en las redes sociales. Evidentemente, no es un fenómeno actual ni mucho menos. Toda esta presencia mediática que este fenómeno está teniendo, en cierta medida –por qué no decirlo‒, se ha convertido en un movimiento social y que está dando visibilidad a una problemática muy grave que está ocurriendo en nuestro país: la despoblación del mundo rural.
Dicho problema ha sido analizado brillantemente, a su vez con un tono muy divulgativo, por el periodista Sergio del Molino a partir de su ensayo “La España vacía. Viaje por un país que nunca fue” del año 2016. De este modo, se enfocaba una cuestión, que no es nueva, como ya hemos apuntado anteriormente, pero que se ha puesto de moda. De hecho, hace tiempo que movimientos asociativos como “Teruel existe” o “Soria ya” reclaman a sus respectivos gobiernos autonómicos y al Gobierno de la Nación medidas reales y efectivas para contrarrestar, en la medida de lo posible, la despoblación que está asolando a muchísimas zonas de la España rural hasta el punto de llegarlas a vaciar.
Pues bien, triste y lamentablemente, el fenómeno no es exclusivo de las zonas rurales más profundas de Aragón, Castilla y León, Asturias, Cantabria, Galicia, Extremadura, Castilla-La Mancha…, si no que también nos afecta, y de una forma exponencial, a nuestra Andalucía ‒tanto en la Alta como en la Baja‒ pues cada día que pasa el descenso poblacional en nuestras comarcas y municipios está siendo más preocupante, por no decir alarmante.
Debemos de tener en cuenta que este fenómeno despoblador en la Andalucía rural se acentuó significativamente a comienzos de la década de los años 60 del pasado siglo, con el conocido éxodo rural, que no fue más que la forzosa emigración de la Andalucía campesina, sobre todo, a en dirección a la Cataluña industrial, también con la llamada laboral del País Vasco y más allá de nuestras fronteras. Sin embargo, esta emigración no comenzó en aquella década, pues comenzó ya a principios del s. XX. De lo cual existen significativos ejemplos, concretamente muchas familias naturales de Benacebada, una de las muchas aldeas que existían en la Sierra de Baza, sitas la mayoría de ellas en el término municipal de Baza y algunas también en el de Caniles, emigraron a Barcelona para trabajar como portuarios. Cuando dicho trabajo era uno de los más duros que existía en la Barcelona industrial de la época, pues la burguesía catalana precisaba mano de obra barata, sin cualificar, y sin lugar a dudas uno de los mejores caladeros para encontrarla fue nuestra Andalucía rural, donde se trabajaba “de sol a sol” para el señorito de turno, ya fuera el gran terrateniente o mediano propietario, a cambio de un mísero jornal. Pues el salario percibido apenas si le daba para sobrevivir él y su extensa familia que solía vivir en un cortijo –normalmente cedido o arrendado por el señorito como propietario del mismo. Enraizando a aquellos jornaleros en el corazón de la sierra, sin agua potable, sin luz eléctrica…, únicamente viviendo de lo que se cultivaba en la tierra y de la caza menor para su subsistencia, con el avituallamiento de unos víveres no perecederos que compraban en las tiendas de ultramarinos de Baza o Caniles, a lo sumo una vez al mes o cada dos meses. La “llamada” a la tierra catalana resultaba aún más contradictoria, más aún a pesar de que por aquella época la provincia de Granada experimentaba una cierta industrialización con el sector azucarero que, al igual que la de Málaga, reclamaba de mano de obra.
Las terribles y durísimas condiciones de vida, que apenas permitían la supervivencia, y mucho menos la alfabetización de la población durante los considerados “felices” años 20, provocaron una salida pese a las duras y malas condiciones laborales que existían en el puerto de Barcelona en aquellos años, pues siempre serían más favorables las expectativas que las ofertadas por la Sierra de Baza de la Alta Andalucía rural. Al principio, sólo emigraban los cabezas de familia u hombres solteros, para las campañas de trabajo que oscilaban entre los seis y los nueve meses; al poco tiempo, aquellos trabajadores andaluces de los puertos que estaban casados comenzaron a trasladar hasta allí a sus respectivas familias, con el objeto de establecerse definitivamente en Cataluña, provocando la creación de gigantescos barrios periféricos de aluvión, donde se establecieron miles de familias andaluzas, entremezcladas con murcianas, manchegas, extremeñas, castellanas, aragonesas…, que compartían igual condición.
A aquella primera oleada de emigración rural la podemos calificar, a grandes rasgos, como el prólogo del éxodo rural que se dio en los años 60: del campo a la ciudad. Éste sí que fue el inicial fenómeno migratorio que comenzó a provocar lo que nos hemos tomado la licencia de llamar la Andalucía vaciada, opuesto a una cierta industrialización andaluza que a comienzos del siglo XX en Andalucía Oriental no pudo fijar la población al territorio, sobre todo, porque dichas fábricas no podían dar trabajo a toda la población y además, no lo olvidemos, en general, las condiciones laborales que se mantenían a consecuencia de las relaciones de producción imperantes en el Sur eran manifiestamente peores que las que se ofrecían en la Cataluña industrial.
Así, desde las primeras décadas del siglo, pero sobre todo en los años 60 del siglo XX, la Andalucía rural comenzó a vaciarse y paulatinamente, poco a poco, cada vez más las distintas localidades que componen las comarcas andaluzas han experimentado un considerable descenso demográfico y un envejecimiento poblacional de aquella que queda fijada al territorio y que comienza a ser alarmante por la ausencia de una regeneración. Hoy la población más joven, en su mayoría, ha de emigrar a las ciudades en busca de trabajo, o al extranjero si es que quiere ejercer, con un mínimo de garantías laborales y salariales, sus respectivas profesiones para las que se ha formado en la universidad española. Y, por supuesto, cuando dicha población andaluza llega y se instala en las principales ciudades de destino europeas, americanas u orientales que las acogen, no pueden ser considerados como “los andaluces por el mundo” que tanto relucen en conocidos programas televisivos.
Una Andalucía vacía y vaciada que, en gran parte, también ha sido provocada por la incapacidad que han tenido los distintos gobiernos ‒desde los municipales al central, pasando por los provinciales, comarcales y autonómicos‒ de trazar políticas efectivas para que se fije población al territorio. Sabemos que ahora, desde la UE, se siguen manteniendo los fondos FEDER, la PAC…, se está trabajando, y bien, en este sentido de tratar de suplir las carencias; pero “a todas luces” es evidente y obvio que no está dando todo el resultado esperado.
Sólo voy a poner un ejemplo para que se comprenda lo que quiero decir: Caniles, mi pueblo, situado en la comarca de Baza al noreste de la provincia de Granada, en 1979 tenía 8.584 habitantes y en 2019 ya tan solo tiene 4.060 almas. Como podemos comprobar, en cuarenta años su población se ha reducido a la mitad y ha envejecido considerablemente, lo que provoca que cada vez el número de nacidos anuales sea menor y conlleva la reducción de aulas e incluso de líneas educativas en el CEIP o en el IES. Pongo este ejemplo, como podía haber puesto cualquier otro de los muchos municipios pequeños que componen las comarcas de Andalucía.
En una situación que también ha sido provocada por la desindustrialización de la zona con el cambio de modelo económico a fines del pasado siglo XX: las pocas fábricas que había cerraron su puertas en las décadas de los años 70 y 80, provocando el aumento del paro y la emigración, y hay que decir que el aislamiento ferroviario al que nos condenó el gobierno central, cuando cerró y desmanteló la línea de ferrocarril Guadix-Baza-Lorca en diciembre de 1984, coadyuvó de modo decidido al desastre actual. Prometieron paliar dicho daño, con la construcción de una red de autovías que constituyera una red de transporte “eficiente” y no “deficitaria” como el ferrocarril. Sin embargo, más de treinta años después, sólo tenemos la denominada autovía A-92 Norte, que nos conecta con el norte de la provincia de Almería y Murcia, careciendo para la comunicación de las necesarias vías transversales.
Nos falta la autovía del mármol, que discurriría por la cuenca del Almanzora y paralela al trazado que tenía la antigua vía ferroviaria; también una autovía que una a Baza con Caravaca de la Cruz, conectando así por vía rápida Cúllar, Orce, Galera, Huéscar y la Puebla de Don Fadrique (incluida Almaciles) –sí, amables lectores, estas localidades también son andaluzas, aunque estén dejadas de la mano de la administración‒. Al igual de andaluzas que son las comarcas de Segura y las Villas, en la provincia de Jaén; o las de los Vélez, el Valle del Almanzora o Los Filabres, en la provincia de Almería, que necesitan a su vez y urgentemente una mejora sustancial de su “primorriverista” y decimonónica red de carreteras comarcales. Y, por supuesto, no nos cabe la menor duda, la re-construcción de la antigua línea ferroviaria Guadix-Baza-Almanzora-Lorca, aprovechando el trazado del corredor ferroviario mediterráneo (PITVI, 2012), para volver a conectar ferroviariamente, por la vía natural, Andalucía con Murcia y el Levante Español; es decir, devolvernos lo que nunca debieron robarnos, nuestro tren.
A pesar de todo lo expuesto en este artículo, no todo va a ser negativo, obviamente. Los pueblos de Andalucía, nuestros pueblos, quizás constituyan uno de los sitios más paradisíacos para vivir y con más calidad de vida de toda España. No hay nada como haber nacido y crecido en un pueblo por muchísimas razones que ahora serían muy extensas y largas de explicar, para comprender su estimable modelo de existencia y convivencia. Todos los gobiernos, repito, todos: desde el municipal al central, deben de aunar esfuerzos para que nuestra Andalucía en particular y también España no se sigan vaciando. Debemos hacer todo lo posible por revertir esta grave situación y que más pronto que tarde, cuanto antes, en lugar de hablar de la España vacía estemos hablando de la España llena, para no perder así a una de nuestras indelebles señas de identidad: la de la “España rural”.