Memoria histórica para nuestras carnes de yugo. El caso de un labrador de Baza.
Autor: Raimon Blu
(Hecho histórico narrado por Soledad Peña Martínez, hija y hermana de aquellos labradores de las Canteras, fallecida en 2017).
Vino al mundo con el alumbramiento de un nuevo siglo, en el campo de Baza, en La Colonia, en la ladera de una rambla, donde moraban en precarias casas cueva la servidumbre de aquella hacienda. Destetado pronto por el nacimiento de su única hermana, se amamantó con la leche de una cabra hasta que dio sus primeros pasos, unas de las primeras palabras que asumió con obediencia fueron: ¡Ve a por agua!. Curtió así su alma dócil en un cuerpo prieto y cálido como ascuas de carrasca, sobre una tierra yerma, de cereales rogados, de dispersos olivares y almendras bisiestas, en época de explotación del campesinado, de abusos de autoridades y alzamientos organizados de la clase obrera. Ajeno a los acontecimientos sociales, bregó su efímera infancia al calor del estiércol de las bestias, su única escuela fue de la cuadra a la era, aparejando las mulas. Tenía 10 años, su cuerpo apenas se elevaba un metro sobre su sombra cuando ya recogía y trenzaba esparto, cuidaba de su hermana, rebuscaba a escondidas de los guardas hierba para los conejos y palos secos de retama para dar calor y guisar en el hogar familiar. Con escasos 12 años, atento a las explicaciones de su madre, comenzó a interpretar la climatología observando las cabañuelas, e instruido por el oficio de su padre, volteaba solitario surcos y besanas con una yunta.
Adquirió tal destreza arando que joven, casado y con dos hijos, le devino buena oferta como labrador en el cortijo de Las Canteras, finca cuyos linderos delimita el municipio de Caniles con el de Baza. Aquel terrateniente para quien comenzó a servir, era nombrado públicamente como Don Manuel y en la intimidad del campesinado como el “Señorico de Las Canteras”, una persona prestigiosa entre la burguesía bastetana pero impopular para las gentes de Caniles. A su nuevo labrador le proporcionó mísero jornal como mulero, pero casa de mampostería y teja para la familia, además arrendada a medias, una pequeña huerta y un corral donde criar animales para el autoconsumo. Un día cualquiera de la semana, andaba el labrador en pleno trasiego de la cosecha, cuando a través de las cuadrillas de segadores llegaron al cortijo noticias sobre un golpe de estado perpetrado por militares, y la declaración del estado de guerra en la comarca de Baza por parte de la Guardia Civil de Guadix y la Falange de las Jons, el calendario marcaba finales del mes de julio del año 1936. Una mañana de calurosa templanza y leve brisa, mientras ablentaban cebada toda la familia en la era bajo la vigilante presencia de Don Manuel, llegaron hasta las puertas del cortijo un grupo de las milicias socialistas, venían desde Caniles, armados, con la firme convicción de decomisar la finca de Las Canteras. Se produjo un fuerte enfrentamiento verbal entre los milicianos y Don Manuel, llegando al forcejeo físico, hasta que este fue encañonado por los milicianos para proceder a llevárselo preso. Aquel humilde labrador arrojó al suelo la horca de palo que tenía entre sus manos y, desarmado, con su frente bañada en sudor se interpuso entre los fusiles y el cuerpo del Señorico gritando: ¡No os lo llevéis, mirad cómo llora su mujer embarazada!. Tras una tensa discusión, el labrador evitó que se llevaran detenido a Don Manuel, dando su palabra a los milicianos que antes del anochecer el Señorico abandonaría aquella finca, quedándose él al frente de la misma, produciendo para las comisiones locales de abastecimiento instituidas por el Gobierno de la República. Ese mismo día, a la caída del sol, el labrador acompañó a Don Manuel campo a través, evitando transitar por caminos, hasta la cercana pedanía de La Jamula. Con el oscuro cerramiento de la noche, oculto en un automóvil con carrocería de madera, al Señorico del cortijo de Las Canteras le ayudaron a huir hasta el pueblo de Baza, refugiándose en su residencia, en la céntrica Calle del Agua.
En la ciudad de Granada triunfó el golpe de Estado, pero las instituciones y poderes públicos de la comarca de Baza permanecieron fieles al gobierno legítimo de la República durante los tres años que se alargó la guerra. Durante todo ese periodo la población bastetana sufrió continuados bombardeos, destrucción, muertes y hambruna. Don Manuel con su esposa y sus 3 hijos, una de ellas recién nacida, permaneció escondido, prácticamente encarcelado en su propia casa, sin recursos ni medios para alimentar a su familia. El labrador se afanó trabajando la finca de Las Canteras, ingeniándoselas para laborear aquellas tierras de cereal, planificando las siembras en la huerta, criando animales de corral, ante la desoladora incertidumbre de la guerra coincidente con un ciclo de escasas lluvias y míseras cosechas. Periódicamente, en su carro tirado por mulas, recorría los 15 kilómetros que separaban el cortijo del pueblo de Baza, para entregar gran parte de lo que producía, primeramente a las centrales sindicales y meses después a los comités de abastecimiento, organismos encargados de distribuir alimentos entre la población ante la desesperante situación de carencia generalizada. Con mucho riesgo para su integridad física, el labrador supo afinar su pericia practicando el ocultismo de víveres a los comités de abastecimiento, manipulando los vales de entrega para hacerle llegar secretamente a Don Manuel una mínima parte de las patatas, el aceite, la harina, la carne de conejo y los huevos que se producían en la finca de Las Canteras, una ayuda vital, prácticamente el único recurso con el que contó para su supervivencia y la de su familia.
La situación se hizo insostenible en Baza, convertida en capital de la resistencia republicana, lo que conllevó la rendición, el consecuente triunfo del bando nacional y la instauración de la dictadura franquista. En plena primavera del año 1939 regresó vencedor Don Manuel al cortijo, y una vez allí, libre y dueño empoderado, frente a frente le dijo con exclamación de sentencia al fiel labrador: “Yo os ofrezco a ti y a tu familia casa y trabajo, conmigo nunca pasareis hambre, pero tampoco ahorrareis para tener dos mudas, tú decides”. El mulero asintió con la cabeza y continuó trabajando fiel al Señorico de Las Canteras, labrando, segando por un mísero jornal, sembrando la huerta, criando animales de corral, bajo arrendamiento de a medias. Y así se le recuerda, laboreando de sol a sol, entre lomas agrestes, surcando aquellas cañadas mientras cantaba coplas cuyas letras se inventaba, celebrando la vida campesina y la agreste flora, risueño y esperanzador, aunque tal y como le predijo el Señorico, nunca juntó dos camisas nuevas. Pero durante aquellos largos años de la posguerra, de severa represión y hambruna, aquel labrador, audaz con la lección aprendida durante los 3 años de guerra, depuró su sutileza ante la constante vigilancia de Don Manuel, ingeniándose en el contrato de arrendamiento a medias una contabilidad subrepticia de los productos producidos en el cortijo. Y durante más de dos décadas, practicando nuevamente el ocultismo de alimentos, esta vez al Señorico de las Canteras, periódicamente llevó harina, huevos, leche y otros alimentos hasta Baza, a su hermana, viuda de marido desaparecido durante la guerra, totalmente desamparada y con 2 hijos.
Yo lo recuerdo anciano, nebuloso, con su mirada apagada y el alma ya rendida, evadido en el dolor del suicidio de su hijo mayor, sin gesticular palabra, sentado junto a la lumbre, con su chaqueta gris y una bufanda de lana, ciscando con su bastón los troncos en ascuas, con inri, como si quisiera borrar de la memoria su propia biografía. Por encima de conflictos por la propiedad privada, de la opresión, de las injusticias y las desigualdades sociales, de la violencia y la explotación de la clase obrera, a pesar de ser carne de yugo y haber padecido la barbarie de una guerra civil, la principal motivación de su existencia fue siempre defender la vida, la suya y la del prójimo, fuera cual fuere su condición social, y relevarse plenamente solidario ante cualquier situación de hambruna. Una motivación originada por la sapiencia que le otorgó su oficio, que con esfuerzo, sudor y lluvia la tierra agradecida engendra vida, y la vida frente a toda inclemencia es la mayor de las victorias. Sin embargo murió sumido en la amargura de su mayor fracaso, encontrarse ahorcado a su hijo en un almendro del huerto que con su trabajo tanta hambre había quitado, dicen que, asfixiado por la moral inquisitoria del régimen franquista acabó despreciando su propia vida anudándose una cuerda al cuello. El año siguiente al suicidio de su hijo nací yo, en 1971, a quien debo mi nombre, era mi abuelo Ramón, el protagonista de este relato es mi bisabuelo Pepe, y ambos fueron carne de yugo, y para ambos reivindico se les recuerden como Don José Peña Cáceres y su hijo Don Ramón Peña Martínez, labradores en la finca del Señorico de Las Canteras.