Existen en nuestro lenguaje multitud de frases manidas que solemos utilizar de manera abusiva, pero que no por ello pierden su certeza. Una de ellas es la que sentencia que “quien no conoce su pasado está condenado a repetirlo”.
Por muy manida y utilizada que esté la frase en cuestión, no deja de tener vigencia. Son varios los teóricos e historiadores que sostienen la existencia de un cierto movimiento cíclico de los acontecimientos históricos, que pondrían en entredicho lo taxativo de la expresión pues pareciera que por mucho que conozcamos el pasado recae sobre nosotros una especie de maldición que nos condena a repetirlo.
Soy de la opinión de que efectivamente nuestro devenir parece guiarse por ese movimiento cíclico, pero estoy convencido de que conociendo nuestro pasado podremos corregir, amortiguar o superar aquellos acontecimientos traumáticos que nos puedan esperar en el futuro.
Y esta breve disertación me sirve para trasladar mi preocupación por la situación política y social que tenemos en la actualidad, y más concretamente por el auge de los partidos y movimientos populistas (los hay a ambos lados del espectro ideológico) a nivel mundial, pero especialmente en occidente y de manera más específica por cercanía, en Europa y por ende en España.
Nunca antes los extremos habían generado tanta simpatía ni cosechado tantos votos como en la actualidad y, respetando las legítimas aspiraciones políticas que cada cual pueda tener y asumiendo como buen demócrata que existan esas filias hacia los extremos, este auge es un síntoma, en mi opinión, de que nos encontramos ante una sociedad enferma, que debemos observar , analizar y diagnosticar, antes de que el enfermo se eche, preso de su desesperación, en brazos de los curanderos que prometen sanar los males con fórmulas alejadas de la medicina tradicional; y ya sabemos en estos casos cuál es el triste final del enfermo.
Y esto me da pie nuevamente para hilar con otra afirmación manida pero también «cierta»: «Hitler llegó al poder mediante unas elecciones democráticas».
Esta certeza, si bien debe ser matizada porque somos muchos los que cuestionamos el clima en el que se desarrollaron aquellas elecciones en la República de Weimar, era plenamente democrático, no nos puede impedir pasar por alto el enorme apoyo popular que obtuvo el Partido Nacional Socialista del Pueblo Alemán (NSDAP).
De hecho, este es un lugar común histórico, no del todo verídico. No es del todo cierto que Hitler llegó al poder tras ganar unas elecciones. No es así. Hitler llegó al poder a base de ser el partido más votado en las elecciones, lo que no es lo mismo que ganarlas, aunque ese es otro debate.
Pero, más allá del clima de violencia que no animaba precisamente a salir a votar, la propagación de bulos y noticias falsas, la búsqueda de un chivo expiatorio a quien culpar de los
males de la ciudadanía y el odio al extranjero, ¿qué hizo Hitler para obtener en febrero de 1933 casi el 44% de los votos?, o desde un punto de vista más general, ¿de qué mensajes se nutre el populismo para aumentar su base social y conseguir acceder al «cielo no por consenso, sino ‘por asalto’?.
Los populismos, a uno u otro lado, se alimentan de un elemento invisible pero perceptible: el desencanto. Un desencanto causado por la reducción de la legitimidad del sistema político (corrupción, injusticias, aumento de la brecha social…) que deja la sensación en ciertas capas sociales de «haber sido dejadas atrás» en favor de otros, todo ello enmarcado en un contexto de profundo cambio económico y social.
Surge así la oportunidad de poner el caldero del desencanto al fuego para llevarlo a ebullición a base de mensajes directos, políticamente incorrectos y basados en «medias verdades», mensajes que son continuamente repetidos y bombardeados hasta convertir la media verdad (con su media mentira) en una «verdad absoluta».
Durante décadas el Führer se presentó ante la sociedad alemana justificando su ideario político totalitario y su belicismo como una respuesta a la crisis económica, el bochorno de las sanciones impuestas en Versalles, y la decadencia moral e intelectual de la República de Weimar, argumentando que el partido nazi no era extremista; era de extrema necesidad. Un acontecimiento importante para la propagación de los mensajes del nazismo fue el surgimiento de los medios de comunicación de masas a finales del siglo XIX con una lógica similar a la que hoy en día representa el cambio de paradigma informativo impulsado por las redes sociales, conectando con lo que hoy hemos bautizado como «posverdad».
Se construye así desde el nazismo todo un discurso simplista, que buscaba el impacto fácil, que diera que hablar que fuera de rápido consumo y que fuera claramente entendible; un discurso que hoy podríamos calificar como articulado a golpe de tweet: corto, simple, polémico y que tenga el mayor impacto posible, y para muestra un botón:
«Ante Dios y el mundo, el más fuerte tiene el derecho de hacer prevalecer su voluntad»
«Quizás la más grande y mejor lección de historia es que nadie aprendió la lección de historia»
«Cuando se inicia y desencadena una guerra lo que importa no es tener la razón, sino conseguir la victoria»
«Hay millones de huérfanos, lisiados y viudas entre nosotros. ¡También ellos tienen derechos! Para la Alemania de hoy ninguno ha muerto, ni ha quedado lisiado, huérfano o viuda. ¡Tenemos la deuda con estos millones de construir una nueva Alemania!».
«Con humanidad y democracia nunca han sido liberados los pueblos».
«La vida no perdona la debilidad»
«No importa la verdad. Importa la victoria»
Utilizando el miedo y la incertidumbre de las clases medias, Hitler manipuló a su pueblo para llegar al poder y convertir el sistema democrático en una dictadura. Todo este discurso estaba apoyado en una escenografía creada por y para generar un sentido de identidad, atrayente para los desencantados, capaz de hacerles creer que formaban «parte de algo» y por supuesto la apropiación de la identidad nacional vinculando nación y partido, hasta el punto de que el emblema nazi se confundía con la propia bandera de Alemania.
No sé si a los lectores les pasará lo mismo, pero todo esto me suena aterradoramente familiar, y me preocupa, me preocupa mucho, y no seré yo quien le ponga el nombre al partido o partidos que se me vienen a la mente.
Todos, como sociedad, como gobierno, como oposición, como administración, como ciudadanos, algo tenemos que estar haciendo mal para que cada vez más personas «compren» el mensaje vendido por el populismo y por los populistas.
Urge desmontar las mentiras y medias verdades urdidas por los populistas y quitarles la careta, pero todo ello debe ir acompañado de corregir las deficiencias y defectos del sistema democrático que alimentan a este monstruo en pleno siglo XXI. Soy de la opinión de que no se les debe “blanquear” lo más mínimo. Y aunque no soy muy amigo de los consejos, me permito la licencia de finalizar con un par de ellos: Si alguien te vende seguridad, asegúrate de no estar comprando miedo, y cuidado con los “salva patrias” porque muy a menudo terminan por hundirla.
Fernando Serrano González
Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología
Portavoz del Grupo Municipal de Cs en el Ayuntamiento de Baza