Autor: Diego Hurtado Gallardo. Enero 2022
Hace años, cuando tenía responsabilidades públicas, algunos amigos o conocidos me decían con cariño, “….es que eres muy socialista…”, pero también otros amigos o conocidos me decían lo mismo pero en tono de reproche o censura.
A unos y otros, invariablemente les contestaba: Mira, yo intento ser un demócrata radical, un buen socialista y un aceptable militante del PSOE.
En ese orden y con esos calificativos.
Radical en la defensa de la libertad en todos sus aspectos, de la pluralidad, de la separación de poderes, del respeto al adversario político, de la igualdad entre hombres y mujeres. Radical en la exigencia de honradez e integridad en el manejo de lo público y en todo aquello que configura el ADN de los principios democráticos.
Pero no radical en mi ideología, el socialismo democrático. Impulsor a la vez de la libertad y los avances sociales, defensor de la economía de mercado pero dentro de Estados competencialmente fuertes que puedan corregir las diferencias sociales que los mercados provocan, con sanidad universal y gratuita, y enseñanza pública que brinde la igualdad de oportunidades a los alumnos independientemente de su condición social-económica, etc., etc. Firme y convincente en su defensa sí, pero al tiempo aceptando que mi ideología tiene que convivir con otras, que desde el punto de vista democrático tienen tanta legitimidad como la mía, aunque yo las considere injustas, equivocadas u opresoras. Y menos radical aun con el instrumento escogido para desarrollar mis aspiraciones políticas. El partido fundado por Pablo Iglesias con una larguísima trayectoria en defensa de los sectores más desfavorecidos de la sociedad. Siendo el partido hegemónico en la traslación de los principios del socialismo democrático a la realidad de la sociedad española. Mi partido desde 1975 y al que he dedicado más tiempo que a mi familia. Pero aunque no me guste, tengo que aceptar que otros partidos intenten ocupar el mismo espacio ideológico.
Humildemente, pero también de forma sincera, creo que en la prelación indicada anteriormente, el orden y el calificativo de los enunciados si cambia el producto.
Siendo honesto, creo, que si uno es militante radical de cualquier partido, es difícil que pueda ser un buen representante de su ideología y menos aun un aceptable demócrata.
Y aun a riesgo de pecar de intérprete de las mujeres y hombres de mi época, creo que el orden de nuestras prioridades, era mayoritariamente el mismo: Antes que nada la democracia. La aspiración que nos unía era conseguir que España, tuviera un sistema político equiparable al de los países más avanzados de Europa.
Y gracias a esa aspiración común, sin menoscabo de la ideología y opción partidaria propia, pero sí, tratando de no imponer nuestro pensamiento político a los demás, con renuncias y pactos, se consiguió pasar de la dictadura a la democracia, salvar la gravísima crisis económica española con el acuerdo transversal de los Pactos de la Moncloa, acordar y aprobar una Constitución que a la vez es de todos y de nadie, incorporarnos a las instituciones europeas e internacionales, desarrollar el estado de las autonomías, dar pasos de gigante en el reconocimiento de derechos sociales e individuales, transformar un ejército sostén de la dictadura en otro al servicio y aplaudido por el pueblo. También conozco las carencias, los errores y las decepciones, pero eso se lo dejo a los exegetas del apocalipsis. Lo que sí es constatable, es que estos algo más de cuarenta años de democracia han sido los mejores de la historia de España en avances sociales, derechos individuales, expansión de la libertad, mejora de las condiciones de vida y reencuentro de forma digna con nuestra identidad patria.
Y todo ello fue posible con la aportación, y al tiempo, renuncia de todos.
Ante las enormes carencias y dificultades de aquellos momentos, las distintas ideologías y partidos políticos supieron leer las demandas de la sociedad española y antepusieron el interés general, al legítimo interés partidario. De ahí los resultados obtenidos.
Insisto, creo, que en el ejercicio diario de la política solo hay que ser radical en la defensa de la democracia y sus valores. La defensa de nuestra ideología y partido debe también contemplar la posibilidad y necesidad del acuerdo, el pacto y el respeto al adversario. Y más aun cuando la soberanía del pueblo no ha respaldado a ningún partido con mayoría absoluta, aunque también en esas circunstancias deben ser tenidas en cuenta la opinión de las minorías, y si además se atraviesa un momento de especial gravedad con más necesidad el acuerdo y el pacto deben formar parte del día a día de la acción política.
Y eso exactamente ocurre en España desde hace unos años.
Todos sabemos que la pandemia sanitaria ha provocado millones de enfermos y miles de muertes, además de una gravísima crisis económica y social y que ante ello, todos los esfuerzos y consensos serian pocos para intentar superar, lo antes posible, las consecuencias de esta gran tragedia.
Y también sabemos que estos acuerdos brillan por su ausencia, y que históricamente las crisis económicas-sociales han sido el gran campo de cultivo para los populismos y las soluciones dictatoriales.
De todos los partidos es la responsabilidad, pero no todos en el mismo tanto por ciento.
Es imposible, desde cualquier punto de vista, que desde las elecciones de Noviembre de 2019 el Gobierno de España no haya hecho ninguna propuesta sanitaria, económica, social o institucional que merezca el respaldo del primer partido de la oposición. Sirva como muestra un ejemplo. España será el segundo país de la UE que más fondos reciba para superar la pandemia y sus consecuencias sanitarias, sociales y económicas, las propuestas del Gobierno han sido aprobadas, y en ocasiones, aplaudidas por las autoridades comunitarias y a pesar de ello el PP con su líder a la cabeza, intentan ante esas mismas autoridades cuestionar, emponzoñar los proyectos españoles ya aprobados.
Incomprensible. Inaceptable.
Siempre he confiado en la madurez de la sociedad española, en esta ocasión también.